el 14 de noviembre se juega mucho más que bancas en el Congreso

Pocos momentos de nuestra infancia han sabido tener el magnetismo y la ensoñación de la noche de Reyes, sensaciones que cada uno fue repitiendo a su vez con sus hijos y nietos sin cambiar demasiado el discurso. Lo más importante no pasaba por el fuentón con agua o por la palangana con el pasto cortado –rituales conservados a través de las décadas– sino por las expectativas con las que nos íbamos a dormir, en esa larguísima y excitante noche al cabo de la cual, muy temprano, alguno de nosotros pegaba el grito que iniciaba la fiesta.

Hace muchísimos años que se acabó la magia y ya no existen Melchor, Gaspar y Baltasar, aunque la mayoría lo hayamos disimulado un tiempo haciéndonos los distraídos. ¿A quién podía convenirle entonces avisar que conocía el truco, que sabía de sobra que papá y mamá estaban detrás de todo?

Lo acontecido en el gobierno después del 12 de septiembre último nos revela, sin embargo, que hay personajes que pretenden que sigamos creyendo, que piensan que existe una ciudadanía que, sumida en inmensa pobreza, prefiere soñar que llegarán los magos. El relato de un capitalismo todopoderoso que nos ha desangrado y de una banda de muchachos perversos que fugaron riquezas empobreciendo al pueblo vuelve a ser reescrito, una vez más, como lo vienen haciendo en las últimas décadas.

Los datos, incontrastables, muestran que Argentina fue uno de los países que peor gestionó la pandemia. Se nos sometió a una cuarentena tan extensa como improvisada. Se robaron vacunas o se compraron las que aconsejaba la conveniencia política y no el consenso médico. Hay resultados que todos conocemos. Se perdieron miles y miles de vidas y puestos de trabajo, la inflación no para de crecer y sobre este escenario tan decadente como preocupante solo se plantea aumentar la alternativa de seguir emitiendo, usar la billetera, no amarretear, como le aconsejan públicamente al ministro Guzmán.  

La imagen de Ferraresi con los pibes entre las bicicletas o la de las heladeras, termotanques y calefones regalados en Gral. Rodríguez, son la copia color de las fotos en sepia que Evita y Perón idearon en los años cincuenta. Se sigue intentando comprar votos con bolsas de comida que esconden, de manera grosera, la boleta incluida. Han pasado unos setenta años y como suele suceder en estas circunstancias el editor empobrecido recurre a guionistas cada vez más berretas. Los piolines de las mascaritas se han hecho muy visibles y no se hace fácil continuar con el verso, aunque el terror a perder el poder los impulse a cualquier disparate. Aníbal por Sabrina, el Turco por Santiago, Santiago por Felipe y darle a la maquinita. Repiten siempre los mismos argumentos, conservan y hasta han perfeccionado la habilidad de escribirlos con izquierda o derecha, aunque, al final, la catástrofe devenga inexorable.

“Con un poco más de platita en el bolsillo, la foto de Olivos… hubiera sido otra cosa” hemos escuchado decir al candidato bonaerense Gollán, hace unos pocos días. De nada valen las desmentidas, las argumentaciones en el aire o las imputaciones a una supuesta operación de prensa. Lo que dijo es muy claro, sigue pensando como Alberto, Cristina y tantísimos más que aspiran a ser nuestros representantes. Para ellos la dignidad de la gente (los votos, interpretan soberbios) se compra con unos pocos pesos y ante esta perspectiva la disyuntiva es clara.

El próximo 14 de noviembre la ciudadanía, toda, echará luz al respecto. Solo nos resta saber si como pueblo hemos aprendido la lección y confirmamos o aumentamos lo mostrado en las PASO (confío plenamente que así sucederá) o si, por el contrario, una vez más los camellos pasearán a sus anchas conduciendo a sus reyes.