érase un hombre afortunado…y por demás inútil,

que como tantos otros cuando chico, soñó con ser bombero

Soy de experimentar y de emprenderla con nuevos saberes, no les estoy diciendo nada nuevo. También, y a pesar de la inconstancia que tanto me han señalado desde chico, no soy de los que se rinden en el primer intento.

Unas semanas antes de que comenzara la bendita pandemia y el interminable aislamiento social preventivo y obligatorio, me traje a casa un hornito de leña. Es de esos de chapa, de una marca muy publicitada, con funda, rueditas y dos compartimientos, el inferior para el fuego y en el superior, el horno propiamente dicho. Ambos sectores con puertas muy bonitas, que cierran muy bien y el agregado de vidrios que permite mirar, tanto las brasas, como lo que se cocina en el interior.

Los dos primeros usos –llamémoslos pre cuarentena– transcurrieron dentro de lo esperado: lo estrenamos con una bondiolita y unos días después un vacío completo, siempre acompañados con papas, cebollas y morrones cocinados en una asadera debajo de la carne, ¡una verdadera pinturita! Y todo de acuerdo con lo aprendido en varios tutoriales. Qué fácil se nos ha hecho la vida a los mortales a partir de YouTube. Desde una limonada con menta, una parrillada de vegetales mixtos, un truco de magia con cartas, un instructivo para pelar los huevos duros, una clase de la cursada de Familia, hasta cómo confeccionar un barbijo o la última charla de Harari, todo está allí, esperándonos para que podamos adueñarnos, sin dificultades, de los más mínimos secretos.

Es 25 de mayo y uno, ya sea que lo niegue o lo naturalice, se levanta distinto. Todavía no hemos conseguido abrir bien los ojos y mucho menos que menos estirar el cuerpo o sacudirnos todos los dolores con los que amanecemos –los viejos y los nuevos– que ya los recuerdos y las añoranzas comienzan a rodearnos, se nos cuelgan del cuello, se nos suben a upa, nos abrazan hasta hacernos boquear. En Argentina hay cosas que parecen caminar de la mano: Hoy no solo es feriado y de los importantes, ¡hoy es día de asado!

Anoche me dormí absolutamente decidido, antes me cercioré de haber dejado la carne y los chori fuera de la heladera. Era despertarme, desayunar e ir a prender el fuego…Pero soy ansioso también y si estoy solo o acompañado por Moro –nuestro cachorrito– que en esta circunstancia vendría a ser los mismo, esa premura se transforma en vértigo.

El fuego tarda en avivarse, los leños de eucalipto se toman su tiempito, me gana la impaciencia… Meto más cortezas secas, más ramitas, dejo que ingrese mucho aire, pruebo con un trozo de itín, hay viento y eso aumenta el tiraje. Por fin, después de interminables minutos, el indicador de la temperatura me avisa que el horno está empezando a calentarse. La aguja del indicador se despereza subiendo lentamente hacia la vertical, donde registra los 200°.

El manipular las bolsas de leña y armar las chimeneas me ha agudizado la lumbalgia, ese desgraciado dolor de cintura que me acompaña casi todos los días. Mi padecimiento comienza a incrementarse, me jode, principia a preocuparme –ya sé la que se viene– mientras el calor dentro del horno sube, sube y sube.

 Sin pensar demasiado, entro en casa, manoteo una caja de ampollas inyectables y las llaves del auto, me coloco el barbijo y arranco para lo de Guillermo, un enfermero muy piola que, cada tanto, me encaja una intramuscular.

Ya estoy de vuelta y apurado, casi que corro hasta el fondo recordando que he dejado en suspenso el asado. Atolondrado, sin percatarme que el termómetro supera ahora los 300° –la aguja ha desaparecido por el lado opuesto desde donde arrancó–, abro la puerta del horno intempestivamente y una lengua de fuego gigante me golpea la cara. Soy la imagen rediviva de San Jorge de Capadocia enfrentando al dragón. Termino de calzarme los guantes y en un alarde de intrepidez suprema, entre tanta llama, logro retirar la parrilla y apoyarla en el suelo. Sobre ella, renegridos, ¿qué digo renegridos? quemados, recontra calcinados, yacen los cadáveres exánimes de los cuatro chorizos. Las tiras de asado, aunque muy chamuscadas, todavía me permiten abrigar esperanzas.

Se supone que un tipo entrenado en la cirugía debería mantenerse compuesto, lúcido, activo aunque reflexivo ante el imprevisto…

No es mi caso. Corro, a pesar de la lumbalgia, si, corro hacia la casa: “¡Kikiiiii!!!”, “¡Kikiiiii!!!”

– ¿Qué hacés con todos los pelos chamuscados?

–  ¿Te quemaste las cejas? 

Caminamos juntos para el fondo.

– No se puede creer lo que pasó, levantó muchísima temperatura, la grasa chorreaba todo el piso y se prendió fuego, ¡mirá como quedó la carne! ¿te parece que podremos salvarla?

– ¡Googleala! – Toma mi rostro entre sus manos, me mira en silencio – Y también se te volaron las pestañas.

¿Pueden creer que me dijo: “Googleala”? Yo, con la cara chamuscada, los chorizos convertidos en inútiles cachos de carbón, la carne incinerada y Kiki que me tira muy fresca y riéndose en mi cara: “Googleala”

Bueno, ¿qué les voy a contar… ?, los fideos con manteca nos salieron riquísimos.