(Divagaciones de un lunes a la media tarde)

“Efemérides” fue la consigna para la crónica de esta semana, el tema que eligió Ary, nuestro inquieto profesor de Práctica Periodística II, para que escribamos la veintena de líneas que, de manera inexorable, como cada siete días, someteremos a su implacable análisis.

Quizás pueda encontrarse allí el disparador, o tal vez deba buscarse en el correo electrónico que me llegó hoy de Mariana (la semblanza de Rosa, una estudiante de la Universidad de Antioquia), uno de los tantos que recibo contándome historias emotivas de personas comunes, de héroes anónimos, o de ancianas como la de ese mail que, a los ochenta y tanto, decidieron ingresar en la universidad para cumplir con viejos anhelos postergados.

Fuese cual fuese el motivo que me impulsó a escribir, habría que sumarle, con seguridad, esta tarde de lunes en el hospital, una guardia mucho más que tranquila y la jornada fría y lluviosa que me invitan a la introspección.

Hoy es 13 de septiembre y, en principio, no se me ocurre que represente para mí una fecha especial. ¿Es necesario, sin embargo, que se cumplan con exactitud los plazos, sean estos de meses o de años, para que conmemoremos esas cosas cuyo recuerdo nos habitará siempre?

En 2001, una tarde de lunes tan destemplada como hoy, en Bahía Blanca, despedimos a Olga, mi Olguita. Sólo algunos días antes de ese día, nos estremecimos ambos al contemplar cómo desaparecían las torres gemelas y, en el viernes que siguió a ese martes, sufrimos el accidente que alteró mi vida y acabó con la suya.

Nueve años exactos con cada uno de sus días y sus horas pasaron, sí, hasta esta tarde, desde el momento en que operé a Kiki, sacándole su vesícula enferma. ¿Quién podría haberme anticipado el cúmulo de circunstancias que cambiarían de manera drástica para mí, tan solo veinticuatro horas más tarde?  ¿Cómo imaginar entonces que esa mujer se transformaría en mi nuevo amor, mi compañera, mi esposa?  ¿De qué manera adivinar que volvería a ser padre, por cuarta vez, y que me enteraría de la novedad en el día siguiente a que sepultáramos al mío?

Aniversarios propios y extraños son, en definitiva, los que sumamos año a año como testimonio de nuestro paso por el mundo. Sobre ellos, de algún modo, construimos una historia, garabateamos el relato que nunca sabremos con certeza como seguirá al día siguiente.

Volviendo a la viejita del correo, a la admirable estudiante de la Universidad de Antioquia-Medellín, yo también empecé a los sesenta una carrera universitaria y un ciclo de historia en otra institución. Comparto casi todas mis mañanas con personas muy jóvenes, adolescentes que han de verme también como a una máquina del tiempo y disfruto contándoles mis experiencias pero, mucho más aún, contagiándome de sus sueños, sorprendiéndome con su espontaneidad, su falta de prejuicios, sus ganas de aprender, ¿y saben qué…?, a pesar de que todos los días me duelen hasta los pelos al levantarme, en contra de lo insufrible que me resulta viajar a Capital cada jornada, yo siento que todavía puedo y quiero. Tengo por delante unos cuantos años para emular a Rosa y, con ellos, la esperanza de reclutar los dos mil y un compañeros mínimos e indispensables que pretendo para mi despedida. Al fin y al cabo, como bien dijo ella: “Envejecer es obligatorio, crecer es opcional”.

                                                                                     Septiembre de 2010

Nota del autor: En 2010 comencé la licenciatura en Periodismo de la Universidad de Palermo y completé un posgrado de Historia contemporánea en la Universidad Di Tella. Unos años más tarde, en 2021, obtuve mi título de abogado en la UDE. A fines del año pasado, en noviembre de 2023, celebramos en la facultad de medicina de la UNLP los cincuenta años de nuestra promoción de médicos y ayer, 8 de abril de 2024 en la UCALP, inicié la cursada regular de la Licenciatura en Ciencia Política y Relaciones Internacionales.

Nota: Este relato fue publicado en Luz Magenta y otras historias, Ed. Scotti, 2016.