… Actuar sin saber termina por desbarrancarlo a uno …
Ray Bradbury
Tarde calurosa de diciembre, en plena mesa de Fisiología.
– ¿Qué bolillas sacó? – interroga el docente, mirando por sobre sus lentes. Está echado hacia delante, con ambos brazos sobre el escritorio y su cara apoyada sobre el puño derecho.
– Veintitrés y veintinueve doctor…
Carlos sabe que está perdido y sin vuelta, se ha tirado un lance imposible y de ninguna de las dos bolillas tiene ni siquiera para empezar a hablar. Debería haberse levantado quizás, pero bueno, ya está, no ha de ser esta ni la primera ni la última piensa…
– ¿Cuál elige? – el examinador interrumpe sus cavilaciones.
– Ehh…veintinueve – contesta el alumno sin pensar demasiado.
– Ajá…bueno… – contesta el profesor, estirando las palabras mientras busca en el programa que tiene delante de su vista – Hablemos de la fisiología del ojo – impone, recostando su cuerpo en la silla y llevando sus dos manos tras de su cabeza dispuesto a escuchar. Carlos deja pasar unos instantes de profundo silencio, mira su programa, da la impresión de estar organizando la exposición.
– Doctor, no está en el programa…
– Perdón, ¿cómo dijo? –sorprendido, girando un poco la cabeza para acercarle su mejor oído.
– Que no está en el programa, doctor –repite Carlos mostrándole su propia copia.
El médico se echa nuevamente hacia delante, levanta el puente de sus lentes –empujándolo con el índice derecho– para enfocar mejor , mientras observa –con detenimiento– donde el alumno señala con una lapicera.
– Ahí dice “fisiología del eje”, ¿lo ve doctor? –Y es cierto, por algún error en la impresión, allí donde debería decir “ojo” dice “eje”.
– Si, es verdad, tiene usted razón… –hace una breve pausa y, sin sacarle de encima sus ojos – Bueno… entonces vamos a hablar de la “fisiología del eje”, ¿le parece? –responde rápido de reflejos el profesor, dispuesto a seguirle la joda.
– Doctor…–Carlos carraspea, pone su cara más idiota, encogiéndose de hombros– esa clase no la dieron en los teóricos, durante la cursada…
– Muy bien, señor, ¡A ver si nos entendemos!… Hábleme del ojo o del eje, ¿sí? –levantando la voz, perdiendo un poco la paciencia– Pero hábleme de algo…
Carlos permanece sentado todavía unos segundos más, el docente lo mira imperturbable, comienza a gesticular con su cabeza, la mueve hacia izquierda y derecha, alternativamente, como diciendo “no recuerdo nada” y muy despacito y en silencio, se incorpora y se va.
II
El examen final se refiere ahora a Cirugía II, materia de quinto año del programa de estudios de ese entonces. Hablamos de los años setenta.
El alumno se sienta frente al docente, tranquilo, denotando confianza: no es poca la información que el examinador colecta en los inicios mismos de la prueba, esa primera impresión marcará –con seguridad – el desarrollo ulterior de la misma.
– ¿Bolillas?
– Uno y nueve, doctor
– ¿Por donde va a empezar?
– La uno doctor, historia de la cirugía…
– ¿Historia de la cirugía? – interroga el docente un poco sorprendido.
No es que el punto no figure en el programa, pero está allí por convencionalismo, nadie espera que alguien, próximo a recibirse, elija hablar de historia –aunque sea de la cirugía- a la hora de ser evaluados sus conocimientos sobre las diferentes técnicas quirúrgicas.
El examinado arranca entusiasmado su exposición, anticipa que hará referencia a las culturas existentes hacia el año 4.000 antes de Cristo, como las de Egipto antiguo, Asiria y Babilonia, deteniéndose con más detalle en éstas últimas, para explayarse, toda sabiduría, sobre la “Escuela de cirugía de la Mesopotamia” … ¡click!… alguna lamparita se enciende en la cabeza del adjunto.
– Usted sabe dónde queda la Mesopotamia, ¿no? – pregunta el profesor, descontando casi la respuesta obvia, en un intento –quizás no muy consciente- de cortar el relato y pasar a temas más propios del examen.
– Por supuesto doctor, Corrientes y Entre Ríos… entre el Uruguay y el Paraná – agrega suficiente el alumno.
¡Final!, el examen ha llegado de manera abrupta a su fin. No es que se piense que la geografía pueda ser importante a la hora de operar a un enfermo, pero el sentido común, la razonabilidad, esos sí que no deben estar ausentes de la práctica médica. La lección, duramente impuesta, debe ser aprendida.
De nada valen los reclamos ni las protestas ensayadas a continuación, el examen, está ya terminado.
Nota: Este episodio me lo contó personalmente uno de sus protagonistas, el Dr. Juan Jorge Moirano. En mi opinión, uno de los últimos grandes cirujanos de La Plata, fallecido muy joven hace más de diez años. Vaya este recuerdo como homenaje a su enorme figura.
III
Anatomía es nuevamente la materia y estamos a mediados de los años sesenta. La escena se desarrolla en el local de la cátedra I, en la planta baja de la facultad.
El Dr. Rómulo Lambre, eminente profesor titular desde hace varias décadas, insigne anatomista, está a cargo –como suele hacerlo con frecuencia- del examen práctico. Recorre la amplia sala azulejada hasta el techo, moviéndose entre las mesadas repletas de preparados anatómicos, estas mantienen un evidente orden: están las que exhiben piezas de cabeza y cuello, las de tórax, abdomen, miembro superior e inferior, pero también las hay con cadáveres completos, lo que permite estudiar al organismo en su conjunto, con todas las relaciones que en él se presentan.
Precisamente, en una de esas mesas, transcurre ahora el examen.
– A ver, identifique el neumogástrico – ordena el maestro.
Se refiere al décimo par craneal, también conocido como vago, elemento nervioso que, emergiendo simétricamente desde el tronco encefálico, abandona el cráneo y desciende llevando inervación autónoma para los órganos de la cabeza, el cuello, el tórax y el abdomen. El alumno comienza bien orientado, dirige su pinza hacia la región cervical, qué –completamente disecada – ofrece generosa sus muchos elementos. Pellizca con delicadeza un tracto blanco amarillento que corre muy cerca de la yugular y la carótida y con suave tracción exhibe satisfecho su hallazgo.
– Acá está – expresa muy tranquilo
– Muy bien – confirma el titular – sígamelo hacia distal, muéstremelo en todo el recorrido.
El examinado lleva ahora su pinza hacia abajo, desciende por el costado de la tráquea y franqueando el callado de la aorta – ya inmerso en el tórax – siente que la tarea comienza a complicarse. Ha olvidado o quizás no sabe que el aludido nervio sigue ramificándose sobre el esófago, constituyendo un plexo, con infinidad de pequeños tractos que abrazan –por delante y por detrás – al órgano, llegando hasta el estómago donde finalmente, después de reunificarse en sendos troncos, acaba distribuyéndose en sus ramas terminales.
Duda, tironeando cuidadosamente varios elementos, vuelve hacia atrás, empieza nuevamente desde el cuello, tropieza otra vez al internarse en el tórax y vuelve a comenzar por el principio.
El Dr. Lambre observa en silencio, sin gestos, sin pronunciar palabra.
El pobre estudiante ha perdido la brújula, se debate impotente entre la desorientación y su falta de conocimientos. Los segundos corren y el clima se hace espeso… en un momento cree haber hallado algo, individualiza un filamento que le parece un nervio, se entusiasma, “ahora sí” se repite para adentro, animado, lo sigue hacia abajo, cruza los intestinos, lleva su pinza más allá invadiendo la pelvis y sigue, embalado, señalando en silencio lo que le parece el vago, cruzando ahora el muslo, próximo a la rodilla…
El titular que ha observado hasta acá con su boca cerrada, agachado y fijando con atención sus ojos semicerrados en lo que el infeliz cree haber descubierto se incorpora –incrédulo – en forma repentina y dirigiéndose al ordenanza le indica muy tranquilo:
– Fulano, ábrale la puerta al señor que va a seguir buscando el neumogástrico…
Tiempos duros los de la facultad en esos años.
Nota: Con seguridad, el doctor Rómulo Lambre, junto a su colega Eugenio Galli, han sido dos de los más ilustres anatomistas que haya conocido nuestra facultad. Dejó la cátedra en 1967 y murió en el transcurso del año siguiente.
IV
En mi época, “Microbiología y Parasitología” era una asignatura extensa, casi tanto como ahora aunque, está claro, la virología, entonces, ocupaba un pequeño lugar. Incluida en la currícula como materia del tercer año, junto a “Anatomía Patológica”, “Psicología Médica” y “Farmacología”, no se le daba –sin embargo– la misma importancia que a las otras a la hora de rendir el final: Resultaba común que alguien la estudiara durante unos días y se presentara a rendirla.
Es y era, como queda dicho, una de las más largas dentro del plan de estudios, ya que comprende el conocimiento de todos los microorganismos que afectan al humano, sean estos virus, bacterias u hongos además de insectos y todo tipo de parásitos. Su programa de examen, hace cerca de cincuenta años, cuando yo la rendí, se condensaba en treinta y seis bolillas.
Otra de sus particularidades, era el sistema de cursada adaptable a los horarios del estudiantado, de manera tal qué –en ese ciclo de 1970– yo pude hacerlo dentro de un grupo especialmente formado para colimbas que cumplía los trabajos prácticos en las mañanas de domingo.
Me presenté a rendir en la segunda mesa desdoblada, correspondiente a diciembre: seríamos en la oportunidad alrededor de unos doscientos estudiantes y como era costumbre en esos tiempos, se los liquidó a todos en el mismo día.
Comenzó el candombe bien temprano, con una cola interminable que abarcaba un pasillo completo, formada frente a la puerta de la cátedra. Eran los que ingresaban a rendir el práctico, pasado el cual, y sólo si este era aprobado, se llegaba al teórico a cargo del titular y algunos profesores más.
Puede imaginarse alguien lo que significaba ese tumulto, ese hablar todos a la vez, ese preguntar a los gritos decenas de clasificaciones, características morfológicas y por si los bichos fueran pocos, aprenderse de apuro un sinnúmero de elementos de laboratorio como balones, ernemeyers, micrótomos, vidrios de reloj e infinidad de cosas más, ya que eso también se preguntaba.
En el corrillo de los que me rodeaban, uno de los compañeros que parecía saber mucho, hizo una detallada exposición de todos estos temas, con un discurso de este estilo:
“Si en el microscopio ven unos corpúsculos chiquitos, como agrupados en cadenas: esos son estrepto; si los ven apilados como una pirámide: estáfilo; uno chato y largo como un fideo de cintita: tenia; si es como una lombriz: áscaris; uno chiquitito así –y hacía el gesto juntando casi el pulgar con el índice – que apenas si se ve: oxiurus…” – y la lista siguió un largo rato, todos procuramos retenerla.
Deben haber pasado como unas cuatro horas y le tocó el turno a mi vecino de cola. Su examen práctico fue más o menos así:
– ¿Qué ve acá? – señalando uno de los microscopios.
– Estafilococo, doctor – respondió el alumno tras observar unos pocos segundos.
– Muy bien, ¿y acá? – pasando a una bandeja con parásitos.
– Áscaris, doctor.
– Muy bien, muy bien – la cosa siguió de esa manera por un ratito más, mi compañero estaba cada vez más entonado, en el ping pong venía ganador.
– ¿Y esto? preguntó el docente mostrándole una cápsula vacía, un recipiente pequeño, de vidrio transparente, con forma circular, muy simple y medio parecido a un cenicero.
– Oxiurus – contestó el alumno con seguridad.
– ¿Cómo dice? – Se sobresaltó el examinador.
El estudiante, con gesto muy resuelto, tomó en su mano la cápsula sin contenido y estirando su brazo derecho hacia la ventana, la enfocó, como para cerciorarse de estar viendo correctamente un microoarganismo tan chiquito.
– Oxiurus vermicularis, doctor – repitió con envidiable seguridad y convicción, cuando la respuesta era simplemente “cápsula de Petri”, un elemento de laboratorio.
– Vaya, vaya nomás y vuelva en marzo m’hijo, usted tiene demasiada imaginación…
Nota: este relato, reescrito ahora, fue publicado en «Diga 33…crónicas y vivencias médicas», Ed. Dunken, 2009.
Muy buenos relatos!!! Me recuerdan a mis exámenes, están escritos con muchísimo realismo. Me encantan, felicitaciones Alberto.
Gracias querida Miriam. Los que relato sucedieron hace muchos años pero los exámenes siempre nos tienen reservada alguna sorpresa.
Estaba estudiando una estrategia para resolver un litigio emergente de un contrato de obra pública – super aburrido – cuando, parece que como una prueba que Dios existe, vi tu wapp. Salvado el hombre como quien acierta en las carreras, al leer lo que enviaste me tomé un divertido recreo. Felicitaciones y gracias de corazón.
Me alegro Tony de haberte proporcionado unos minutos de distensión. Abrazo!!