Anoche, en el grupo de WhatsApp del Liceo, como sucede a menudo en ese entretenido y cálido espacio de antiguos compañeros de la secundaria, nos divertíamos recordando perfumes, un fijador o los programas de radio que acaparaban nuestra atención de la mano de nuestras abuelas. Ya sobre el final llegó el mensaje de Armando, no desprovisto de razón: “Eso es el pasado y el futuro mío es mañana”.

Estoy invitado hoy, algo que sucede con cierta frecuencia, para ofrecerle una charla a los ingresantes en la carrera de Abogacía de la UDE. Lo hago desde mi lugar de tipo que está pisando los setenta, que ha ocupado su vida en otros quehaceres y ha tenido la fortuna de recorrer algunos ámbitos universitarios. Una de las perspectivas que pienso abordar se relaciona con el ejercicio del Derecho en el siglo XXI. Sucede que luego de aproximadamente 4.000 millones de años de selección natural nos encontramos en los albores de una nueva era cósmica, en la que la vida comenzará a ser regida por el diseño inteligente.

Es el presente que enfrentamos de la mano, por ejemplo, de la ingeniería biológica (manipulación genética), de la construcción de cyborgs (seres humanos que combinan partes orgánicas con no orgánicas) y de la ingeniería de vida inorgánica como la que está muy cerca de obtenerse con programas y virus informáticos o con nuevos softwares que recreen redes neuronales (Proyecto Cerebro Humano fundado en 2005). Estas alternativas, en ciernes algunas, existen y son realidad hoy.

Se nos plantearán así, en breve, nuevos desafíos y dilemas éticos como el espinoso tema de la privacidad del ADN. ¿Imaginan compañías aseguradoras pidiendo nuestros perfiles genéticos para intentar descubrir rasgos temerarios en nuestra conducción? ¿Nos pedirán que enviemos por fax o internet nuestro ADN en lugar del CV nuestros potenciales empleadores?

Está muy claro que seguirán existiendo los crímenes, los divorcios, las sucesiones y las quiebras, pero a la luz de los tiempos que corren no tengo dudas que los abogados de hoy y de mañana tendrán muchísimas nuevas tareas y especialidades.

En cualquier caso, el futuro es incierto, apasionante y para nosotros, los que estamos próximos al ingreso en la cuarta edad, sigue mostrando innumerables aristas de interés que promueven nuestra activa participación.

Tenemos la indiscutible ventaja comparativa de poder recordar un perfume, un fijador o un programa de radio, de saber además de qué demonios se trataba todo eso y de ser capaces de asomarnos aún, como actores, al vértigo inabarcable del futuro.

marzo de 2019