Marido con mujer fea detesta la cuarentena

Todos conocen a Kiki, mi mujercita, tan dulce como chinchuda pero siempre sensata y decidida. No soy de los más mansos, ¡qué va!, no escasean momentos en que amaguemos con boxearnos feo.

Cada día y cada noche de esta novela agobiante, muy negra aunque esperanzadora y de final abierto, pareciera que se estira más. Son horas pegajosas, interminables. Escuchamos el mensaje de Alberto y luego cenamos mientras periodistas, médicos, funcionarios e investigadores, desde la tele, aportaban lo suyo. Cerca de las cero horas, previo cumplir con el consabido lavado de dientes y el más novedoso y quirúrgico de dedos, manos y muñecas, nos metimos ambos en la cama.  

Estábamos de buen humor, también Juli que bajó a darnos besos. En un momento sonó su celular

– Es Daniel -su Secretario-, me llama por la nómina de los que mañana irán a trabajar…

Supuse que iría para largo y me decidí por manotear el texto del DNU reciente que acababa de bajar de internet. Principié su lectura.

– Te lo voy leyendo despacito…

Me había equivocado. A los dos minutos Kiki, con su cabeza apoyada en mi almohada, intentaba conciliar el sueño, la paliza de estos días viene siendo importante. Miré su cara debajo de mi brazo, adiviné su cuerpo que se insinuaba debajo de la manta, seguí sus piernas largas que parecían querer escurrirse por el borde opuesto de la cama. Se la veía tan hermosa, es hermosa y ahí fue como que dudé, sí, titubeé…

Pero no, ante todo soy un tipo responsable, un ciudadano comprometido con el universo. Jamás saldría a trabajar sin contar con la correspondiente autorización, por nada del mundo cometería ese delito, mucho menos cuando está en juego la salud mundial. Me era menester estudiar muy bien las excepciones que señalan a aquellos no comprendidos dentro del ahora famoso “aislamiento social preventivo y obligatorio”. Un plomazo, ni más ni menos que veinticuatro ítems.

Llegado al n° 8, un tan pequeño como sutil ronquido, casi un ronroneo, se transformó en un primer aviso. Concluido el n° 24, luchando a brazo partido contra los bostezos, la glotis de mi amada era una motosierra y Morfeo, el traidor Morfeo, la mantenía aprisionada con fuerza en sus hercúleos brazos.

Me quedé mirándola. La contemplé, entre arrobado y contrariado durante unos segundos, la deposité suavemente en su lado, la arropé con toda la dulzura, me di vuelta, me envolví en la manta, apagué la luz y me puse a repasar, minuciosamente, uno por uno, todos los objetos que se me ocurrían podría encontrar en la ferretería.

20 de marzo de 2020, tras una noche de angustia y esperanza