Estamos en el final de un viaje hermoso, revelador, instructivo, lleno de emociones y de cosas nuevas. El largo camino de regreso y la oscuridad de una cabina donde muchos duermen y otros miran pantallas me sumerge en cavilaciones. Me cuesta, de manera habitual, conciliar el sueño, prefiero, en esos momentos, dejar que las ideas me lleven de la mano, alegremente, atando piolines, explorando senderos.

Concluye una etapa que, de manera inevitable, le abre el paso a otra. Guardaremos en nuestros corazones, para siempre, los nuevos afectos que hemos cosechado y nos alegraremos de haber abonado con buenos encuentros aquellos que ya poseíamos. Pero es también el tiempo de atesorar las experiencias, ponerlas a resguardo, iniciar el proceso de convertir algunos pareceres en saberes y si cuadra o nos es posible, establecer con ellos nuevos paradigmas. Es aquí donde me quiero detener.

Tengo para mí que habemos, entre una miríada de tipologías posibles, dos clases de sujetos: unos, los certeros podríamos llamarlos, también los argumentativos, los que creen ciegamente en sus convicciones y analizan el mundo y sus epifenómenos precisamente desde sus certezas; otros, los escépticos, los que descreen de toda verdad suprema y están dispuestos a reinventarla cuantas veces sea. Entre ellos, está claro, es posible intercalar millones de posibilidades intermedias.

Los primeros, consustanciados con el para qué, suelen ser críticos de los segundos, les achacan falta de compromiso con la realidad, esa que ellos defienden y consolidan cada minuto de su vida desde su militancia (palabra que no casualmente remite a orden y obediencia) construyendo, si las circunstancias lo requieren, su propio relato. Los segundos, a contrario sensu, se muestran más interesados en el por qué y buscan, de manera infatigable, la verdad última que pueda refutar a otra verdad.

Los primeros se mueven por la fe, profesan, los segundos son impulsados por una curiosidad que no sabe de límites, de partidos ni líderes inconmovibles. Unos encuentran su fortaleza en la certeza, los otros lo hacen en la duda.

Ambos, me parece, existen desde que el mundo es mundo y son imprescindibles. Encuentro tan necesarios e irremplazables los espíritus libres e inquietos como aquellos capaces de sujetarse a una creencia o una disciplina, aunque en ello les vaya hasta la libertad de decidir.

Al punto…, empecé estas líneas queriendo dejar sentadas algunas certidumbres y lejos estoy, me parece, de haberlo conseguido. Solo sé, ostias!!! –como dirían mis primos gallegos con los que paseamos por Galicia hasta ayer nomás–  que me he generado muchas otras dudas, o certezas, o ambas…

Bueno, eso resuélvanlo ustedes y que cada cual se quede con su cada qué.

28 de julio de 2018, 20 hs., a bordo del vuelo TK 15 de Turkish Airlines.