“Doctor, tiene gente en la guardia” la voz del telefonista, siempre desagradable en la madrugada, me imponía la necesidad de levantarme. Era médico interno, también cirujano, del Instituto Médico Platense en ese incipiente verano de 1996.
Estaba bastante avanzada la noche de ese sábado, o para ser más preciso, eran casi las dos de la mañana del domingo. Mi guardia terminaba a las ocho, me quedaban seis horas y pensar en eso me ayudó a mejorar mi humor mientras me dirigía en el ascensor hasta el consultorio de la planta baja.
Llegado al mismo, me encontré con el paciente y su mujer. Mientras nos acomodábamos en el escritorio, identifiqué en él a un conocido comerciante del centro de nuestra ciudad, propietario de un negocio que muchas veces había frecuentado de la mano de mamá, en mis años de niño.
– ¿Qué le anda pasando?
– No escucha doctor – la voz cantante la llevaba la acompañante, como tantas veces hemos observado.
– ¿Desde cuando no escucha?
– Bueno, en realidad hace unos cuantos días que escuchaba menos, ¿no es así viejo? –él permanecía en silencio y asentía con mínimos movimientos de la testa – Pero desde esta tarde ya casi no escucha nada de ese oído –dijo señalando con un dedo la oreja derecha del marido.
– ¿El otro bien?
– Si doctor –me contestó el señor– aunque de éste, que escuchaba el setenta por ciento, ahora yo creo que no llega ni al veinte –terció ella que pretendía no ceder el comando de ninguna manera.
– ¿zumbidos?… ¿dolor? –seguí con mis preguntas.
– Verá doctor, él venía escuchando menos desde hace unos días, como le comenté, pero hoy, en la quinta, se zambulló en la pileta y a partir de ahí, de éste, no escucha ni un pepino –completó la señora mientras él sólo movía afirmativamente su cabeza.
Estábamos en verano y era obvio que, a favor de una noche apacible, la pareja había aprovechado para cenar afuera, quizás también para ir al cine y ahora, antes de ir a acostarse, no estaba de más pasar por el sanatorio y que los viera el médico de guardia para completar una buena salida. Tenían una prepaga importante, o al menos eso suponían, y estirar un poquito la velada no les debía parecer un mal programa.
Esperaban más acción y yo, un poco por rebeldía y otro mucho por desconocimiento, no estaba tan dispuesto a brindárselas…
El interrogatorio no daba para más y habiéndome despabilado, también aspiraba a entretenerme un rato.
“Siéntese por aquí” le indiqué amablemente.
Acto seguido, me coloqué la vincha ajustable que soporta el espejo: ese disco plateado y cóncavo con un orificio en su centro que permite, enfrentando la fuente de luz, iluminar profundamente. Prendí ésta, tomé un espéculo de la caja abierta de otorrino y se lo introduje con suavidad en el conducto auditivo externo del lado afectado. Realicé algunas maniobras con mi cabeza y la del paciente hasta lograr que el haz de luz me iluminase donde yo quería, esperé unos cuantos segundos en silencio tratando de observar y cambié a otro espéculo de calibre menor, repetí la maniobra, siempre muy callado y sin lograr ver absolutamente nada, como era de esperar en alguien que no posee el entrenamiento adecuado. Por último, me quité el espejo y apagué la luz, todo hecho con mucha parsimonia, lo que multiplicaba las expectativas, y ante la mirada ansiosa e inquisidora de los dos, les solté con actitud calma y muy profesional:
“Bueno, miren… no encuentro nada importante, mucho menos urgente, creo que lo más adecuado será que lo vea el especialista… en el sanatorio hay varios y muy buenos” les informé, “Seguramente tendrán alguno el lunes”.
El hombre se incorporó entre decepcionado y resignado, su mujer, en silencio, revolvió en la cartera y le alargó un papelito que él depositó sobre el escritorio.
– Ahí le dejo el bono –me dijo el paciente, casi sin mirarme – Es de “Femeba Salud “ –agregó, como si me dejara un cheque de mil dólares – “Plan setecientos veinte plus “ –o algo por el estilo, dicho esto encarando ya la puerta de salida.
– No, el bono no… –anuncié con voz suave desde atrás– Esta consulta son cien pesos…
– ¿Cómo? –respondió inmediatamente “el sordo”, mientras se volvía hacia mí medio desorbitado.
– Ahhhh, ya estamos empezando a escuchar mejor ¿no? –le respondí yo, divertido – Vaya, vaya nomás, era sólo una broma.
Se fueron con cara de no entender mucho que pasaba y yo me volví a descansar a mi cuarto, disfrutando mi pequeña venganza.
El paciente, era hincha de Gimnasia o de Estudiantes?
No tengo la más mínima idea. Era el dueño de una de las históricas sederías de calle 8.
Por las caracteristicas podria ser un tal Handula (igual que vos, con mi mamá de la mano).
Tal cual!!!
Hermoso relato de un anecdotario profesional que promete ser infinito . Era para «curarlo» con un bocinazo.