Una metáfora de nuestra Argentina

Ayer, 29 de julio, se cumplieron veinte años de la muerte de René Favaloro. Deprimido, ignorado, sumido en la angustia que lo llevó sin dudas hasta la determinación final, decidió en la tarde de ese sábado, descerrajarse un tiro en el medio del pecho. Dejó, de su puño y letra, un manojo de cartas que muestran a las claras su desesperación, su certeza de que se habían consumido ya todos sus sueños y esperanzas, los mínimos e imprescindibles nutrientes que le permitieran seguir proyectando.

Duele en el alma imaginar su agobio, cala muy hondo comprobar que un hombre de su talla, un médico de sus quilates, un cirujano dotado de un talento singular y -por sobre todas las cosas, su cualidad más encomiable- de una voluntad tan férrea como inquebrantable, haya tenido que rendirse y bajar la guardia tras comprobar que su país, su pueblo, se deslizaba sin freno por el tobogán de los fracasos.

De nada parecen haberle servido todos sus pergaminos, sus logros, el reconocimiento universal o el sitial en el que quedó instalado para la historia de los tiempos. Miles de corazones operados con éxito no alcanzaron para impedir que decidiera destrozar el suyo (vaya simbolismo), partirlo al medio con una bala que, desde entonces y cada vez más, sigue atravesando e interpelando la conciencia de los argentinos.

Iniciado en la Escuela de Cirugía de La Plata, el más insigne de sus discípulos, el que hizo conocer el nombre de nuestra ciudad en todos los rincones del planeta nada pudo hacer, sin embargo, para detener la inercia negativa que no solo frena nuestro desarrollo sino que, mucho peor aún, incrementa nuestra decadencia. Las mafias sindicales, el corporativismo de empresarios inescrupulosos, políticos venales y –por sobre todas las cosas– un Estado anómico que le ofreció la espalda, lo dejaron solo, expuesto y sin armas, entregado ante la corrupción.

Como símbolo de nuestro destino, como una cruel ironía ante aquello que nos revelaba el suicidio de Favaloro veinte años atrás, el gobierno nacional presentó ayer, casi en soledad, su anunciado proyecto por el que se pretende reformar la justicia. Un extemporáneo paquete de medidas que no pueden ni logran disimular su explícita decisión de consagrar la impunidad, de limpiar –a cualquier precio– de causas a quienes han saqueado la Argentina.

El terrible disparo de esa tarde invernal no solo sumó un mártir más a la historia, también permitió que se hiciera visible, con mayor claridad, otra bala certera que apunta, de manera directa y cada vez más cercana, hacia el corazón de todo un pueblo.