Desde que sucedió, a mediados de enero, en Gesell, no he podido quitarme de la cabeza el homicidio de Fernando Báez Sosa. Me han impresionado, y mucho, las circunstancias que rodearon al caso, pero la insistente y particular utilización de la noticia hecha por los medios es lo que ha contribuido -de manera decisiva- para que este tema me atraviese así.

Varias son las conclusiones o certezas que puedo colectar, muchas más las preguntas que me quedan aún sin encontrar respuesta.

Me parece de una simplificación absoluta, pueril y en muchos casos mal intencionada, vincular al rugby con la conducta aberrante de un grupo de jóvenes. Jamás he practicado el juego y hasta tengo dificultades para entender cabalmente sus reglas, pero no pienso -de ninguna manera- que la cosa pase por allí. Tengo la impresión que esta asociación con un deporte bastante elitista permite colocar, fuera de las fronteras de la mayoría, al crimen de marras.

Deploro el patrocinio de Fernando Burlando, un “exitoso” del que ignoro reconocimientos dentro del Derecho. Es, en mi opinión, un profesional carente de cualquier escrúpulo a la hora de seguir manteniendo instalada una marca que encuentra, a favor de un periodismo cómplice, las herramientas ideales para seguir haciéndose publicidad con costo cero.

Qué decir de la cobertura periodística que ametralla los medios desde el primer minuto. La cabal muestra de un amarillismo que hubiera hecho empalidecer al mismísimo William R. Hearst1, el más grande exponente del género, un largo siglo atrás. A tono con la época, noticieros y diarios realizan, día a día, una finísima disección del tema. Lo cortan en delgadas fetas que, como producto de las nuevas tecnologías audiovisuales, permiten sumar más y más detalles, a cuál más escabroso, alimentando el morbo de audiencias y lectores.

A propósito de éstos, cualquiera que navegue en páginas digitales encontrará, al pie de las columnas, decenas o centenas de textos, en general escritos desde el anonimato. Confieso que los leo hasta donde resisto y me provoca pavura observar el nivel de agresividad y perversión que muestran la gran mayoría de los comentarios. Me pregunto cuántos pichones de Thomsen, Pertossi y Cía. revolotean a nuestro alrededor.

Por último, aceptando que no se encuentran dentro de mis saberes y que puedo estar equivocado, no me parece que puedan ubicarse, a priori, las razones del obrar homicida de estos adolescentes en la esfera psicopatológica. No veo que sea posible explicar los hechos desde la descripción de taras individuales a la manera en que lo hacían criminólogos clásicos como Ferri o Lombroso. Tengo para mí que tiene mucho más que ver con lo social y con lo antropológico y que, desde ese costado, esta muerte nos interpela con muchísima fuerza a todo el conjunto de la sociedad.

¿Qué movió a estos muchachos para actuar así?, ¿qué factores operaron en sus psiquis para naturalizar, en apariencia, la brutal agresión que llevaron a cabo?, ¿cuál es la falta de conciencia necesaria para deglutirse una hamburguesa media hora después de haber matado salvajemente a alguien?, ¿qué gestiones, esquemas o modelos debieran adoptarse como preventivos?, ¿qué penas enfrentan y cuáles merecen?, ¿es posible delimitar, con precisión, sus responsabilidades?, ¿las hay también en otros?, y si es así, ¿cuántas de ellas podrían caberle a sus familiares, cuántas al Estado, cuántas a la comunidad? Puedo formularme muchísimas preguntas, pero termino con lo que para mí es casi una verdad de a puño, no ha sido un hecho aislado ni sus autores fueron extraterrestres.

1- William Randolph Hearst (1863-1951) fue un periodista, editor, publicista, empresario y político estadounidense, un poderoso magnate de los medios. En él se inspiró Orson Welles para su célebre película “El ciudadano”. El emblemático personaje de Yellow Kid que ilustraba la última página de uno de sus diarios sirvió para darle nombre al periodismo sensacionalista (amarillo) que él representó.