No todas son historias felices, la compleja tecnología de nuestros días nos lo recuerda a cada instante. Los tres magos de Belén dejaron en mi casa un dron, un artefacto hermoso, con cámara, control remoto con pantalla de cuatro punto tres pulgadas e infinidad de funciones más. Habrán querido ellos, lo descuento, que su destinatario fuera Julián, pero papá, o sea yo, más preparado, con más manualidad y experiencia, más maduro, se vio en la obligación y con la responsabilidad de hacerlo funcionar.

No fue sencillo, más bien bastante delicado, aunque después de un buen rato y algunas puteadas contenidas quedó todo en condiciones de salir a volar. Ya era de noche y no parecía muy aconsejable probar en otro lugar que no fuera en el fondo de casa. ¡Qué difícil!

 No se imaginan todos los procedimientos intermedios que deben cumplirse para que comiencen a girar las benditas hélices. Cuando estaba a punto de abandonar -Julián ya lo había hecho- el aparatito cobró vida. Mi emoción, mi inexperiencia y por qué no mi ansiedad (sí, no lo van a creer, soy un poquito ansioso) hicieron que olvidara conectar el interruptor del GPS, un elemento indispensable a la hora de mantener un mínimo control de vuelo. Tampoco recordaba, lo admito, cómo demonios detener los motores. Después de una trayectoria zigzagueante, indecisa, descontrolada y tremendamente corta, el dron aterrizó en la pileta y desapareció bajos las aguas.

Primero me paralizó el estupor, al instante salí en su persecución con las Croc y a los gritos, clamando la asistencia de toda la familia, trastabillé y a punto estuve de romperme la crisma. Por último, debí zambullirme vestido y bucearlo. Cuando lo rescaté del fondo todavía funcionaban algunas de sus hermosas luces azules y rojas mientras una de las cuatro hélices, distraída, parecía resistirse a un destino ominoso. Se las hago corta, el aparatito ha perdido casi todas sus propiedades, empezando por la más importante: volar. Se conservan, sin embargo, intactos, el control remoto, la cámara de fotos y videos y la hermosa pantalla.

Ah, y me olvidaba, también quedó incólume la función «follow me», lo que no es poco, se me ocurrió para recuperarla atarle un hilo y me entretengo viéndolo deslizarse en el pasto. Julián parece haber perdido todo interés por el bendito dron. Me cuesta muchísimo soportar la falta de entusiasmo e imaginación de los adolescentes, ¡qué difícil resulta entretener a nuestros pibes hoy!

enero 2018