Su concepción, como todas las concepciones fue imaginada, soñada, aunque también inesperada como ocurre a menudo. La limitación al número de contactos que WhatsApp impuso, de manera reciente, en los envíos, desencadenó una gestación apresurada que terminó en un parto caótico. No podía ser de otra manera conociendo al padre de la criatura.
La idea, simple, peregrina, era enviar mensajes a muchos, como lo hago de tanto en tanto, sin tener que armar remesas de veinte en veinte. Tenía noción de que existía algo así como las “listas de difusión”, de eso se trataba, y con el bonustrack además de limpiar aquellos contactos que ni siquiera conozco o ya no recuerdo y menos sé cómo llegaron a mi directorio.
Viernes, cinco de la tarde, una hora antes de ir a la facu acompañado por Kiki que es docente allí (ese día ella debía tomar examen y no quería llegar tarde).
Fue nada más oprimir la flechita de envío y comenzar a recibir respuestas, el incesante campanilleo del celular no me daba respiro: “fulano ha salido del grupo”, “mengano ídem”, “zutano también”, “perengano otro tanto”, a la puta me dije, esto es un quilombo, debo de haber hecho alguna macana. “Alberto, ¿qué significa esto?” me escribió mi tía Marta desde Miramar, que jamás había contestado uno y ahora me dejaba la duda: ¿me lo decía con asombro o con indignación?
“Contá conmigo, es un gusto” fue una gotita de agua en el desierto que me hizo llegar César, un amigo de fierro.
“Vamos Gor, que se nos hace tarde” empezó a apurarme Kiki y yo petrificado, con el celular en la mano, desorbitado y aturdido por los mensajes que seguían llegando. No soy un tipo de ahogarme en un vaso de agua, tampoco de rendirme fácil ante los imprevistos: “¡¡¡Julián!!!” grité, “¿qué carajo hice?”, “¿cómo demonios se desarma esto?”. Con su irritante pasividad y haciéndome entender sin decirlo, desde la naturalidad de su mirada piadosa, su firme convicción de considerarse el hijo de un viejo boludo me largó: “Eliminalos”, así, seco, “Cómo?” balbuceé yo, “De a uno, sí, uno por uno” me contestó perdiendo la paciencia ahora y se rajó.
No era fácil, la operación requería de tres pasos por contacto y empecé por el primero que me apareció en la lista. Los que se iban eliminando por las suyas, solos, seguían torturándome y Kiki: “Dale Gor, te espero en el auto”
Continué empecinado y ahí empezaron a llegar: «Alberto, no alcancé a contestarte y ya me eliminaste, ¿qué te pasa?, ¿estás bien?”
Seguí con mi tarea mientras manejaba, en los semáforos y al llegar a la UDE. Allí, lejos de despejar mi angustia, mis compañeros me anoticiaron que aún tenía 113 contactos en el bendito grupo, algo que yo no podía corroborar, menos modificar porque… también y fruto del desconcierto, me había eliminado a mí mismo.
Estamos en domingo y la calma de una mañana de feriado me parece propicia para la aclaración, para pedir disculpas, miles de disculpas y también comprensión. Me queda saludarlos con todo el afecto y una reflexión…la idea no fue mala, hasta diría que tuvo mucho de nobleza y buenas intenciones, solo creo que me equivoqué en el nombre del grupo: debí llamarlo “Roberto Carlos”
Quiero tener un millón de amigos….