Con inmensa gratitud para todos los que nos hicieron sentir cálidamente acompañados.

Con especial afecto para Mechi, Nico, Juana y Pedro que alojaron y mimaron por esos días a Julián

En el transcurso de pocas horas de ese imborrable martes 2 de abril del año 2013, muchos barrios platenses vieron cómo se inundaban de manera dramática sus calles y avenidas, sus casas y negocios. El costo en vidas fue de una gravedad inusitada, también de cifras escalofriantes que aún no conocemos. Cuantiosas también han sido las pérdidas materiales que compartimos con buena parte de nuestros vecinos.

Nuestra casa y nuestros autos no escaparon a la furia de ese temporal, quedaron sumergidos buena parte de ellos dentro de una masa líquida negruzca mezcla de agua, combustible, desechos y hollín.

Durante tres fatigosas semanas trabajamos en la limpieza y reconstrucción de nuestro hogar secundados por familiares, amigos y colaboradores. De manera simultánea, dimos comienzo a las averiguaciones y trámites orientados a la reparación.

Fueron días difíciles, pero también un momento propicio para la reflexión.   

                          Sentimientos ambiguos anidan dentro nuestro: la adversidad nos alienta a superarla con todas nuestras fuerzas y en ello adquiere un valor relevante el apoyo de tantísima gente, eso nos reconforta, nos abriga; también   –no podría ser de otra manera–  se nos encoje el pecho de tristeza recorriendo la casa, observando el desorden, la mugre de las paredes negras, los pisos levantados, los autos –tan inmóviles como perdidos–, el vacío irrecuperable de la biblioteca…  

Estoy convencido que aún dentro de las peores circunstancias que nos toca vivir, podemos hallar enseñanzas, posibilidades de crecer. Si así no sucediera, la sensación de despojo e incertidumbre de cara al futuro se transformaría en una carga pesada de llevar.

Cuando murió Olga, mi segunda esposa, como consecuencia de un absurdo incidente de tránsito, en medio de la angustia y el desconsuelo, la desesperación en la que me sentía consumir no me impidió sin embargo incorporar el sabio consejo de una querida amiga: Se trata –me dijo– de cambiar el ¿por qué? por ¿para qué?   

He recurrido a esta fórmula con alguna frecuencia y volviendo a los hechos tan duros de esos días tengo algunas preguntas y certezas:

– ¿Habrá sido para que gracias a esta circunstancia comencemos a plantearnos, seriamente y de una vez por todas, la necesidad impostergable de no agredir más al planeta para evitar de esa manera los desastres naturales cada vez más frecuentes?

– ¿O será para que tomemos conciencia del compromiso con nosotros mismos y con la sociedad al momento de elegir a nuestros dirigentes, rechazando a todos aquellos que han mentido de manera cínica o han pretendido utilizar la desgracia ajena con el misérrimo propósito de llevar agua para su molino?

– O también, ¿por qué no?, para comenzar a interesarnos por el destino de los fondos públicos y el uso que se hace de ellos en los tres niveles del Estado. Se ha modificado el Código de Planeamiento Urbano, y eso ha privilegiado intereses comerciales en detrimento del correcto escurrimiento de las cuencas hídricas. Como correlato, no se han llevado a cabo las obras necesarias para acompañar el crecimiento de nuestras ciudades distrayendo enormes cantidades de dinero del Estado en otros menesteres.

– Tal vez sea ésta una oportunidad para evaluar cuáles de nuestras posesiones materiales son ciertamente necesarias, imprescindibles,  en nuestro desenvolvimiento cotidiano. También para deshacernos de todo aquello que vamos guardando, que nunca usamos ni usaremos y que bien útil les resultaría a otros.

– ¿Servirán estos desastres colectivos para dejar de lado broncas y rencores, para hacer borrón y cuenta nueva posibilitando el reencuentro con amigos o familiares que sentíamos lejos?

– ¿O para que conozcamos a nuestros vecinos, registremos sus caras y sus voces e intercambiemos con ellos nuestros mejores esfuerzos solidarios?

Con seguridad ésta ha sido una maravillosa ocasión para comprobar cuánto afecto tenemos a nuestro alrededor. Han sido muchas las personas que nos llamaron –aun de los lugares más lejanos–, nos acompañaron, nos ofrecieron su auto y su dinero, hicieron de chófer o se arremangaron junto a nosotros para darnos una invalorable ayuda en la inmensa como cansadora tarea de reacomodar nuestro hogar. ¿Cómo no valorar también la guarda de Guapo –nuestro adorado Schnauzer– y qué decir de la gratitud infinita hacia quienes cuidaron de Julián con muchísimo amor? Al fin de cuentas, el cariño y la solidaridad conforman el mejor y más preciado capital con el que contamos y nuestros esfuerzos de todos los días deberían concentrarse –de manera prioritaria–  en preservarlo sobre todas las cosas. 

abril de 2013