en que quilombo nos metiste Pedro
No llegamos ni a sacar las entradas. El programa familiar de sábado por la noche era ver, en el Cinema Paradise, la última película de Almodóvar. Llevamos a Julián con nosotros, después de deliberar sobre la conveniencia o no del programa elegido. Es cierto que el cineasta español es poco recomendable para un adolescente de catorce y que era muy probable que terminara aburriéndose, pero, dejarlo solo en casa, de noche, nos intranquilizaba un poco y, por otro lado, tratamos de que experimente cosas nuevas. Todos los esfuerzos que podamos sumar para mantenerlo a distancia de los videojuegos vale la pena hacerlos.
Faltaban unos quince minutos para que comenzara la película cuando me detuve en la puerta, la idea era sumarlos cuanto antes a la cola que, a esa hora, se extendía casi por media cuadra, mientras yo buscaba un lugar para dejar el auto.
Fue estacionar y recibir la primera llamada, era Julián usando el celular de Kiki.
– Mamá se rompió el tobillo- así sin mucho rodeo ni más explicaciones, con la particular economía de lenguaje de los adolescentes. Creo que la incredulidad hizo que siguiera caminando mientras trataba de imaginar la situación y barajaba alternativas.
– Gor, ¿dónde estás? – al instante la que me hablaba era la accidentada.
– Venite, me rompí el tobillo y estoy desesperada del dolor- Volví sobre mis pasos, subí nuevamente al auto y en pocos segundos estaba nuevamente en el cine.
Kiki, apoyada sobre el capot de un auto, a la entrada del mismo, hacía mil morisquetas flanqueada por la fila de gente que desfilaba sobre la vereda. Entre distraídos o indiferentes, la cola se desplazaba con mucha lentitud, arrastrando los pies, con la boca cerrada los unos, abarrotada de pochoclo los otros.
Un verdadero garrón. Iniciamos un tour hospitalario con paseos en silla de rueda incluidos, una breve llamada a un colega especialista en traumatología y golpeteo de puertas varias en dos servicios de emergencia. Después de una hora sin conseguir que la examinaran, le hicieran una placa radiográfica o al menos alguien le suministrara algún calmante, decidimos volvernos a casa. La ciencia, que evoluciona a la velocidad del rayo, en estas circunstancias, sin embargo, no tiene mucho más que hielo, reposo y analgésicos para aliviar el cuadro.
La primera consecuencia visible y concreta la noté casi de inmediato cuando fui hasta la heladera de la planta baja por una botella de agua para Kiki. Fue pisar el primer escalón y tomar consciencia, en ese mismo instante, que ya las cosas no eran como siempre, que un descuido, un movimiento en falso, podrían terminar haciéndome rodar escaleras abajo con una conclusión que, de solo pensarla, me trae palpitaciones. Me imagino despatarrado largo a largo, con una gamba fracturada, solicitando auxilio a grito pelado, con Kiki en su cama, de culito dorsal, yaciente e inmovilizada y Julián, el único ser apto de la casa para intentar el auxilio oportuno, encerrado en su pieza, ajeno por completo al entorno y atrapado por sus auriculares que solo le permiten hablar, escuchar y putear en el grupo de Fornite.
La mujer de la casa tiene por delante, en mis cálculos, una semanita de muletas y algunas más de caminar con una bota Walker, algo que, a los hombres de la casa nos genera un poquito de nervios. Paciencia…hasta ahora, de Almodóvar, apenas hemos visto el dolor y comenzamos a padecer las incomodidades, pero soy optimista, ya llegará el delicioso y sanador momento de la gloria.