Vivir varias vidas en una, un disparador en mis sesiones de terapia de los últimos años. Un tópico que también ha alumbrado comentarios de mi esposa con su terapeuta y que, a mí, en lo personal, me genera intriga, me anima y de alguna manera, me ayuda a recargar las pilas. 

Tres matrimonios, cuatro hijos con diferencia de treinta años entre el mayor y el menor más el agregado de media docena de carreras universitarias iniciadas -dos concluidas con matrícula- alimentan esta especulación. Contribuyen a ella infinidad de laburos -formales e informales- y una miríada de inscripciones en cuanto curso, especialización, diplomatura, maestría y yerbas por el estilo se me pongan a tiro, con duraciones y resultados entre los más diversos. Curioso impenitente me justifico yo, culo de mal asiento habrían dicho mis abuelos gallegos.

Me divierte repasar el calendario y corroborar la cantidad de días con los que me involucro: día del padre, del hermano, del abuelo, de los padrinos, del trabajador, del docente universitario, también del jubilado. Día del estudiante y del enamorado, día del matrimonio y anque del inocente. Día del amigo, día del médico y día del abogado. De algunos equipos he tenido la fortuna de merecer su camiseta, en pocos ostenté la titularidad, en la mayoría solo he sido un recienvenido, un simple cebador de mates o un visitante de paso por la concentración.

Suele sucederme que al evocar hechos o circunstancias peculiares me invada una extraña sensación como de ajenidad, de ser un espectador distante de sí mismo más que un protagonista de su propia historia, alguien desalojado y replicado infinidad de veces, pero en su mismo cuero.  ¿Será este el origen de mi pulsión irrefrenable por interpretar distintos personajes? Me regocija jugar a inventarme un disfraz con lo que tenga a mano, de manera instantánea, o actuar venciendo mi propia timidez, para poder así reirme de mí mismo.

Hoy pasamos algunas horas de la tarde en casa, metidos en el escritorio, con nuestra amiga Gaby. También estaba Kiki. Las dos con miles de millas recorridas en la autopista a la que me he subido en los últimos tiempos y por la que me desplazo, casi casi de incógnito, con el cartel de principiante pegado en la luneta.

El pleito es peliagudo, su evolución mediata se nos presenta imprevisible, por no decir amenazante. Repasamos demanda, contestación de demanda, telegramas, carta documento, rubros indemnizatorios y pericia contable. Le toca a mi amiga el patrocinio de la demandada. Decidimos consultar el tema. Llamamos a gente con muchísima experiencia en la judicatura y su mirada, además de nutrirnos y aclararnos las dudas, nos afianza ideas.

– Tenemos que negociar en los mejores términos y es conveniente que lo hagamos antes de llegar a la Vista de causa. Te pido un favor, Alberto: Mandale vos un mail al abogado de la actora, a mí me tiene harta.

– Yo estoy para lo que me digas, Gaby. Eso sí, tené en cuenta que mi Tomo y Folio me deschavan -soy demasiado nuevito en la matrícula- y no sea cosa que terminemos agrandando a un gil.

– Necesitamos conocer cuál es la pretensión. ¿Sabés por qué te pido que se lo mandes vos?, yo vengo a los palos con ese hijo de puta, ya me sacó de las casillas.

Coincidimos en la redacción de manera muy rápida. Un texto breve que principió bastante amable y casi literario desde mi propuesta, devino en uno más conciso y despojado, correcciones mediante de mi amiga letrada.  Abrimos mi casilla. Un clic en Redactar, otro para Pegar y listo, ya estaba el correo viajando en el espacio. Agregué, como suelo hacerlo, CCO, una copia a mí, la otra para Gaby.

-Fijate en tu teléfono, ya debe haber entrado.

-Acá lo tengo. Pero… y éste ¿quién es?, ¿el bigote pintado?, Alberto, ¿sos vos? – Los ojos de mi amiga parecían salirse de las órbitas, mezcla de asombro más estupor y mucho de incredulidad.

-Uhhh, perdoname, ¿cómo no me di cuenta? – Llevándome la mano a la cabeza.

– Esa foto tiene cerca de veinticinco años, no tengo la menor idea de cómo llegó allí – No sabía qué carajo decirle.

– Quedate tranquila, con este disfraz seguro que lo despistamos – Me repuse enseguida.

– Despreocupate, ese tipo no va a entender nada.